La Nevera de Malanquilla conserva la esencia de una de las actividades tradicionales que se desarrollaron a lo largo de la historia en la localidad, la producción de hielo.
Está situada a escasa distancia del casco urbano, junto al barranco del Regacho en una zona umbría al pie del raso de Santa María.
Se llega a la misma desde la carretera que sirve de entrada a la localidad proveniente de la nacional entre Calatayud y Soria. Frente al acceso al molino, un camino conduce hasta la nevera que se encuentra a unos 200 metros de distancia.
Ubicada en un lugar propicio para la acumulación de nieve, está situada a 1.020 metros de altitud y fue construida en un terraplén que facilita la evacuación de las aguas generadas al derretirse la nieve y el hielo.
Se trata de una construcción de planta circular excavada en la roca y de la cual sólo sobresale respecto al terreno su parte superior.
En cuanto a sus dimensiones, tiene diámetro interior de 5 metros, siendo el exterior de 7,2 metros. El espesor de los muros es de poco más de un metro de anchura. Su altura, desde el fondo hasta la base de la puerta, es de 4,7 metros. La altura máxima del espacio interior es de 8 metros.
Los muros de la nevera son de cal y canto, habiéndose definido según una técnica constructiva que consistía en ligar cal y arena con agua para formar el mortero con el cual se unía el canto, es decir, las piedras.
La fosa excavada en la roca, fue reforzada con cal y canto, y en la zona superficial se levantaron los muros con el mismo material, así como la bóveda de horno que cubre la parte superior de la nevera, que su elemento más característico.
La nevera tenía dos aberturas con sendos arcos escarzanos. Una de ellas en la puerta, con orientación NE, por donde se sacaba el hielo. En la zona opuesta, dirección SO, hubo otra abertura menor, ahora cegada. Por ella se introduciría la nieve acumulada en el ventisquero que rodeaba la nevera.
No hay referencias concretas sobre el año de construcción. A juzgar por la documentación y la presencia de estos dos arcos escarzanos, se puede datar en el siglo XVII. En el año 1751 se cita en el archivo parroquial la muerte de una persona realizando tareas de empozado en la nevera.
A juzgar por el arriendo municipal cobrado por el Ayuntamiento, la Nevera de Malanquilla debió ser construida por el concejo. En el Archivo Municipal figura con fecha 12 octubre de 1776 el cobro de 2 libras y ocho sueldos por el periodo entre 1771 y 1776.
El uso de la Nevera se consideraba un servicio municipal y de interés general. El contrato de arrendamiento contaba con una regulación sobre el precio y lugares de venta, así como a quién debía suministrarse el hielo de forma gratuita.
En cuanto a la producción, el Pozo de Malanquilla tiene una capacidad de unos 70 m3.
El hielo que se extraía tenía como destino la propia localidad y los pueblos vecinos que carecían de nevera. Además, probablemente, una parte de la producción se llevaba tanto a la actual capital comarcal, Calatayud, como a la anterior cabeza de Partido Judicial, Ateca, donde las necesidades eran mucho más amplias. De hecho, existen documentos en los que Malanquilla se ofreció en 1655 para suministrar nieve a Ateca durante seis años, sin obligación de tomarla si un año nevara o tuviese hielo. El acarreo se realizaba por los trajineros, que conducían las mulas por la noche para evitar las pérdidas del producto en la medida de lo posible.
Durante los dos siglos en que la nevera de Malanquilla estuvo sin uso, sufrió pocos cambios en su estructura, a excepción del deterioro propio por su abandono.
A partir del año 2009 se llevó a cabo la restauración. En las obras se reconstruyó la zona exterior de la cubierta. También se amplió la entrada de acceso sustituyendo además la puerta de madera por la actual verja de hierro.
El uso del hielo se podría remontar al Antiguo Egipto, hace 4000-5000 años. En Mesopotamia, ya había referencias sobre una casa del hielo en la ciudad de Mari, siendo transportada la nieve desde la meseta de Anatolia. En época de romanos y griegos, médicos de prestigio como Hipócrates y Galeno hablaban de los usos terapéuticos del hielo y la nieve.
En el siglo I a.C. en el Imperio Romano ya era de uso corriente. En la Edad Media está documentado el uso del hielo por los musulmanes, tanto para usos terapéuticos por médicos entre los que se encuentran Avicena o Averroes, como para la elaboración de bebidas frías.
Mientras, en el mundo cristiano las referencias son escasas. En la Edad Moderna, es en el siglo XV cuando se populariza el uso de la nieve.
En la Península Ibérica se construyeron numerosos pozos de hielo entre los siglos XVI y XVII. En este incremento de uso del hielo influyó de forma notable la situación climática diferencial de la Tierra entre 1550 y 1850, conocida como Pequeña Edad del Hielo.
En esa época, en el hemisferio norte la temperatura media bajó 1ºC, una cantidad que puede parecer poco importante, pero que provocó episodios notables como que el Ebro se helase por completo a su paso por Zaragoza. A ello se añadió la difusión de esta práctica gracias a la invención de la imprenta, lo que favoreció que el uso de la nieve fuera más generalizado. En España se construyeron la mayor parte de las neveras entre el siglo XVI y XVII, dándose en Aragón su proliferación en el siglo XVII.
Con respecto al cese de la actividad en las neveras a nivel general, hay dos aspectos fundamentales que lo provocan. Por una parte, el cambio climático con el abandono de la época más fría y la subida de temperaturas. Por otro, y siendo quizás la razón fundamental, por la aparición del hielo artificial.
El surgimiento de fábricas de hielo, facilitaba la producción en los lugares con más demanda y permitía su fabricación en cualquier momento del año y ajustándose a la demanda.
La generación de hielo a través de las neveras entró en decadencia en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, en Malanquilla ocurrió unas décadas antes.
Según la documentación conservada en el Archivo Municipal, tras la Guerra de la Independencia (1808-1814) la Nevera de Malanquilla se encontraba bastante deteriorada y el año 1831 se puntualiza que ya está en desuso, siendo confirmado en fechas posteriores.
La primera de las tareas en cada temporada era la limpieza del interior del pozo, previa a la llegada del tiempo más frío. En el fondo de la nevera debía colocarse un entramado de troncos y ramas, sobre el cual se depositaba la nieve. Con ello se evitaba que estuviese en contacto con el suelo y el agua derretida, facilitando además el desagüe.
También se cubrían los muros con una capa vegetal para impedir que la nieve estuviese en contacto con las paredes y que pudiera así derretirse con mayor facilidad.
Cuando comenzaba a nevar y a acumularse la nieve en la zona más próxima, los empozadores iniciaban su trabajo, contando en su indumentaria con polainas elaboradas con trozos de mantas o sacos que colocaban sobre el calzado.
En el empozado, la nieve era introducida con palas al interior de la nevera. A medida que esto sucedía, la nieve se esparcía y distribuía con rastrillos, compactándose con mazas o pisones de madera.
Las capas, de medio metro aproximado de espesor, se separaban con paja para facilitar la extracción posterior en bloques de hielo. Con la nevera ya llena y como paso final del proceso de llenado, se sellaban las aberturas para facilitar al máximo la conservación.
El desempozado se llevaba a cabo en el verano, siendo trasladado el hielo por los trajineros a lomo de mulas.
El hielo producido se destinaba fundamentalmente al uso medicinal. Permitía un tratamiento muy poco invasivo que consistía en aplicar frío a dolencias como la hinchazón y el dolor, provocadas por traumatismos y quemaduras. Médicos de las civilizaciones de Mesopotamia, Grecia y Roma ya utilizaron el hielo como anestésico.
En la época de proliferación de las neveras, esta práctica se generalizó y extendió a toda la población. Debido a ser un tema de salud pública, se priorizaba su uso a los enfermos, siendo distribuido tanto de día como de noche.
Otro de los usos era el gastronómico. Se utilizaba para enfriar el vino, el agua o incluso el caldo que se tomaba también frío. La disponibilidad de nieve y hielo en verano hizo que surgieran bebidas refrescantes. Éstas se denominaban aguas de nieve, y se preparaban por lo general añadiendo de forma directa la nieve a la bebida.
Una de las más antiguas y más populares fue la aloja. Más tarde surgieron leche merengada, limonada y naranjada, además de helados y granizados.